jueves, 18 de febrero de 2010

Emancipación de la mujer




los fieles de la Prelatura, en estrecha unión con tantas otras personas de buena voluntad, han contribuido y siguen contribuyendo a difundir por el mundo esta visión cristiana de la condición femenina. Sin embargo, ¡queda tanto por hacer! Si en muchos ambientes ya se reconoce ampliamente la dignidad y el papel de la mujer, en otros sitios resulta una posibilidad lejana. En cualquier caso, las hijas y los hijos de Dios hemos de proseguir con empeño esta tarea, y mostrar que —como escribió nuestro Fundador— desarrollo, madurez, emancipación de la mujer, no deben significar una pretensión de igualdad —de uniformidad— con el hombre, una imitación del modo varonil de actuar: eso no sería un logro, sería una pérdida para la mujer: no porque sea más, o menos que el hombre, sino porque es distinta. En un plano esencial —que ha de tener su reconocimiento jurídico, tanto en el derecho civil como en el eclesiástico— sí puede hablarse de igualdad de derechos, porque la mujer tiene, exactamente igual que el hombre, la dignidad de persona y de hija de Dios. Pero a partir de esa igualdad fundamental, cada uno debe alcanzar lo que le es propio; y en este plano, emancipación es tanto como decir posibilidad real de desarrollar plenamente las propias virtualidades: las que tiene en su singularidad, y las que tiene como mujer. La igualdad ante el derecho, la igualdad de oportunidades ante la ley, no suprime sino que presupone y promueve esa diversidad, que es riqueza para todos[3].

0 comentarios: